
La Grecia de siempre
Grecia no pudo hacer más que achicar agua. Sin Karagounis perdió hasta esa cara de enfado que tanto impresiona. Sólo intentó defender y, además, casi nunca lo hizo como debía. Se metió más atrás de lo aconsejado y jamás presionó al poseedor del balón. Eso, con Özil enfrente, equivale a suicidio. Alemania era un ciclón. El madridista volvió a danzar a su antojo. Junto a él, la conexión Reus-Schürrle y Klose desarboló a sus marcadores. Así llegó la lluvia de ocasiones y, de esta forma, apareció el primer gol firmado por el cañón de Lahm.
Grecia únicamente podía rezar y explotar sus señas de identidad hace lustros patentadas: amor propio y fe. La testosterona sólo le da para agitar al personal cada cuarto de hora con una de esas carreras imposibles de Samaras contra el mundo. Pero a veces le basta. Precisamente en uno de esos desafíos consiguió equilibrar una balanza muy descompensada. Grecia, nada más regresar del descanso, comenzó a robar balones en medio campo que catapultaban a su endiablada contra. Salpingidis aprovechó la mejor de todas para desnudar a Lahm y servir a su socio Samaras en boca de gol. El extremo rescataba las ilusiones de un país entero.
Del susto al tornadoAlemania no dudó. Simplemente corrigió defectos. Özil bajó un escalón para que la elaboración fuera fluida. Reanudó una conexión ofensiva que había quedado bloqueada y así regresó la normalidad. El balón habló alemán de nuevo, así que las ocasiones no se hicieron esperar. A los cinco minutos del empate, Boateng puso un centro al área desde la derecha sin destinatario definido. Por ahí apareció Khedira con la fuerza de un volcán. Su zapatazo sin dejar caer el cuero derribó la portería, devolvió la sonrisa y premió un partido soberbio del centrocampista.
La lección estaba aprendida, así que no hubo más amagos de siesta. Alemania se lanzó a por la goleada sin piedad. El tercero lo hizo el infatigable Klose de cabeza, tras un córner botado por Özil. El portero heleno colaboró de forma altruísta. El cuarto, de nuevo con Sifakis enredado, lo adornó Reus de volea. La amenaza de Grecia, adornada por un penalti de Salpingidis, desató a la máquina. Ésa de la que se dudó hace bien poco al creer que la depresión aportada por los ocho jugadores del Bayern le contagiaría. Nada más lejos de la realidad. Esta Alemania bebe de sus ansias de revancha.
Noticia publicada por el DIARIO AS
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